22 agosto 2008

Dora Markus

Tus guantes de lana, mis lentes,
El ratoncito que usabas de amuleto,
La bata blanca, el ruido del motor
De nuestro matrimonio, mis botas verdes,
El preservativo negro, tu diccionario
Francés-español, el olor
De los días del sexo;
Cosas que pegan
En el paladar del inodoro
Y después se van.

Fabian Casas
"El Spleen de Boedo"

Moses Herzog

Tutto fa brodo.
Al hacer un resumen de sí mismo, reconoció que había sido -por dos veces- un mal esposo. A Daisy, su primera esposa, la había tratado miserablemente. Madeleine, su segunda mujer, había intentado manejarlo. Para su hijo y su hija era un padre cariñoso pero malo. Y para sus propios padres, fue un hijo desagradecido. Para su país, era un ciudadano indiferente. A sus hermanos y a su hermana los trataba con afecto, pero se mantenía muy aparte de ellos. Para sus amigos, era un egoísta. En cuanto al amor, era un perezoso. En cuanto a la brillantez, era un hombre apagado. Ante el poder, pasivo. Y respecto a su propia alma, toma una actitud evasiva.
Satisfecho con su propia severidad, disfrutando con la dureza y el rigor de su juicio, yacía en el sofá, con los brazos levantados por detrás y las piernas extendidas sin finalidad.
Y, sin embargo, qué encantadores somos.

Saul Bellow.
"Herzog"

01 agosto 2008

Los empleados

“Compartí una velada con algunos empleados mayores que, durante el día, trabajan como pequeños empelados comerciales. Uno es contable y se encarga de los balances, otro es cajero; hombres equilibrados, en los que no es posible destacar nada fuera de la vida de oficina y el estrecho ámbito domestico. Esa noche fuimos a un baile de viudas en la zona de la Elsässer Strabe –el medio geniuno de Zille*-, con música de metales, trabajadores temporales, viudas fáciles y prostitutas. Se bebía cerveza, y las personas se transformaron ante mis ojos. Ya no eran empleados de oficina oprimidos, sino auténticas fuerzas elementales, que habían saltado su cerco y se divertían de un modo un tanto desenfrenado. Contaban historias groseras, circulaban las bromas, recorrían la sala de un lado a otro, se sumergían en sus vasos y volvían a agitarse. El animador del baile se acercó a nuestra mesa; era un humorista popular un tanto ingenuo que, en cuanto le sirvieron cerveza, comenzó a explayarse espontáneamente sobre sus avatares. Había tenido su época de esplendor como clown musical y evidentemente, desde entonces, había ido rodando la pendiente. Pero lo especialmente curioso en la reunión era que el empleado contable parecía un viejo camarada del animador de baile; mostraba una existencia totalmente antiburguesa, que nunca había conocido interiormente los espacios de una oficina. ¿Por qué no avanzó hasta puestos más altos? Quizá la falta de interés propia de su naturaleza de vagabundo había sido un obstaculo para su ascenso, y ahora era demasiado tarde. Hay una cantidad de figuras fantásticas extrídas de E.T. Hoffmann entre los empleados de edad avanzada. Éstos se han quedado estancados en algún lugar y desde entonces cumplen incesantemente funciones banales, que son cualquier cosa excepto siniestras. Sin embargo, es como si estos hombres estuvieran envueltos en un aura de horror. Ésta procede de las fuerzas corrompidas que no han encontrado salida alguna dentro del orden vigente”.

Siegfried Kracauer
“Los empleados”