"Es conocido con qué insistencia una tendencia herética recurrente propone la exigencia de la salvación final de Satanás. En el mundo de Walser, el telón se alza cuando incluso el último demonio de Gehinnom es reintegrado al cielo, cuando el proceso de la historia de la salvación ha quedado concluido sin residuos.
Es sorprendente que los dos escritores que, en nuestro siglo, han observado con más lucidez el horror incomparable que les rodeaba -Kafka y Walser- se representen un mundo del cual ha desaparecido el mal en su suprema expresión tradicional: el demonio. Ni Klamm ni el Conde ni los cancilleres y jueces kafkianos, y mucho menos las creaturas de Walser, a pesar de su ambigüedad, podrían jamás figurar en un catálogo demonológico. Si en el mundo de estos autores sobrevive algo como elemento demoníaco, es más bien en la forma que podía tener en la mente de Spinoza, cuando escribía que el demonio es sólo la criatura más débil y más lejana de Dios y como tal-en cuanto es esencialmente impotencia-, no sólo no puede hacer mal alguno, sino que es, además, aquella que más necesidad tiene de nuestra ayuda y de nuestras oraciones. El demonio es, en todo ser que es, la posibilidad de no ser que silenciosamente implora nuestro socorro (o si se quiere, no es sino la impotencia divina o la potencia de no ser en Dios). El mal es únicamente nuestra reacción inadecuada frente a éste elemento demoníaco, nuestro retroceder asustados delante de él para ejercitar -fundándolo en esta fuga- algún poder de ser. Sólo en este sentido secundario, la impotencia o la potencia de no ser es la raíz del mal. Huyendo delante de nuestra misma impotencia, o buscando servirnos de ella como de un arma, construimos el maligno poder con el que oprimimos aquello que aquí muestra su debilidad; faltando a nuestra íntima posibilidad de no ser, abandonamos lo único que hace posible el amor. La creación -o la existencia- no es, de hecho, la lucha victoriosa de una potencia de ser contra una potencia de no ser; es mucho más, la impotencia de Dios frente a su misma impotencia, su dejar que sea una contingencia, pudiendo no no-ser. O de otra manera: el nacimiento en Dios del amor.
Lo que Kafka y Walser hacen valer contra la omnipotencia divina no es tanto la inocencia natural de la creatura, cuanto aquella inocencia natural de la tentación. Su demonio no es quien tienta, sino el ser infinitamente susceptible de ser tentado. Eichmann, un hombre absolutamente banal, que ha sido tentado por el mal propio del poder del derecho y de la ley, es la confirmación terrible con la que nuestro tiempo ha reivindicado aquel diagnóstico".
Giorgio Agamben
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