20 marzo 2009

Cuando digo...

"Cuando digo «más que crítica», sobreentiendo «deconstructiva» (¿por qué no decirlo directamente y sin perder tiempo?). Apelo al derecho a la deconstrucción como derecho incondicional a plantear cuestiones críticas no sólo a la historia del concepto de hombre sino a la historia misma de la noción de crítica, a la forma y a la autoridad de la cuestión, a la forma interrogativa del pensamiento. Porque eso implica el derecho de hacerlo afirmativa y performativamente, es decir, produciendo acontecimientos, por ejemplo, escribiendo y dando lugar (lo cual hasta ahora no dependía de las Humanidades clásicas o modernas) a obras singulares. Se trataría, debido al acontecimiento de pensamiento que constituirían semejantes obras, de hacer que algo le ocurriese, sin necesariamente traicionarlo, a ese concepto de verdad o de humanidad que conforma los estatutos y la profesión de fe de toda universidad. Ese principio de resistencia incondicional es un derecho que la universidad misma debería a la vez reflejar, inventar y plantear, lo haga o no a través de las facultades de Derecho o en las nuevas Humanidades capaces de trabajar sobre estas cuestiones de derecho -esto es, por qué no decirlo de nuevo sin rodeos, de unas Humanidades capaces de hacerse cargo de las tareas de deconstrucción, empezando por la de su historia y sus propios axiomas. Consecuencia de esta tesis: al ser incondicional, semejante resistencia podría oponer la universidad a un gran número de poderes: a los poderes estatales (y, por consiguiente, a los poderes políticos del Estado-nación así como a su fantasma de soberanía indivisible: por lo que la universidad sería de antemano no sólo cosmopolítica, sino universal, extendiéndose de esa forma más allá de la ciudadanía mundial y del Estado-nación en general), a los poderes económicos (a las concentraciones de capitales nacionales e internacionales), a los poderes mediáticos, ideológicos, religiosos y culturales, etc., en suma, a todos los poderes que limitan la democracia por venir".

Jacques Derrida
"La Universidad sin condición"

03 marzo 2009

El mito

"El mito, el absoluto unitario donde las contradicciones del mundo se encuentran ilusoriamente resueltas, la visión armoniosa y armonizada a cada instante donde el orden se contempla y se refuerza, he aquí el lugar de lo sagrado, la zona extrahumana de la que con todo cuidado se ha desterrado, entre otras revelaciones, la revelación del movimiento de apropiación privativa. Nietzsche lo vio claramente cuando escribió: "Todo devenir es una emancipación culpable con respecto al ser eterno que hay que pagar con la muerte". Cuando la burguesía quiso sustituir el Ser puro del feudalismo por el Devenir, se limitó a desacralizar el ser y a resacralizar en su provecho el Devenir, su devenir elevado así a la condición de Ser, no ya de la propiedad absoluta, sino de la apropiación relativa; un pequeño devenir democrático y mecánico, con su noción de progreso, de mérito y de sucesión causal. Lo que el poseedor vive se lo disimula. Ligado al mito por un pacto de vida o muerte, le está prohibido tomar un bien para su goce positivo y exclusivo si no lo hace a través de la apariencia de vivir su propia exclusión -¿y no es a través de esta exclusión mítica como los no poseedores captarán la realidad de su exclusión?-. El poseedor lleva la responsabilidad de un grupo, asume la dimensión de un dios. Sometido tanto a su bendición como a su venganza, se inviste de prohibiciones y se consume en ellas. Modelo de dioses y de héroes, el amo, el poseedor es el verdadero rostro de Prometeo, de Cristo y de todos los que se sacrifican espectacularmente permitiendo que la gran mayoría de los hombres no deje de sacrificarse a los amos, a la extrema minoría (convendría, por otra parte, matizar el análisis del sacrificio del Propietario: en el caso de Cristo ¿no hay que admitir más bien que se trata del hijo del propietario? Ahora bien, como el propietario sólo puede sacrificarse en apariencia asistimos, cuando la coyuntura lo exige imperiosamente, a la inmolación efectiva del hijo del propietario, puesto que él no es más que un propietario inacabado, un esbozo, una simple esperanza de propiedad futura. En esta dimensión mítica hay que comprender la famosa frase de Barrés, periodista, cuando la guerra de 1914 vino por fin a colmar sus deseos: "Nuestra juventud, como convenía hacer, ha ido a derramar nuestra sangre a chorros"). Este juego un tanto repugnante conoció, antes de incorporarse a los ritos y al folklore, una época heroica en la que ritualmente se mataba a los reyes y a los jefes de las tribus conforme a su "voluntad". Los historiadores aseguran que se llegó rápidamente a reemplazar los augustos mártires por prisioneros, esclavos o criminales. Desaparecido el suplicio, la aureola permaneció".

Raoul Vaneigem
“Banalidades de base”

5

"Hace unos años, me fui después de vender a la tanguería que está frente a la plaza de Almagro.
Me mandé para el fondo. Por suerte conseguí una silla contra la pared. No paraba de llegar gente. Cada vez que terminaba un tango, la tertulia explotaba. Eran como intervalos de una película. Si fuera así, ésta se proyectaba cerca de la ventanita, sobre una pantalla hecha de humo de cigarrillos.
De pronto, el viejo cantor empezó:
-Lástima, bandoneón, mi corazón…
No lo aguanté. Entonado por la cerveza, me puse de pie y grité-
-¡Paren!
La gente, que colmaba el bolichito, desconcertada al principio, me miraba después con ojos acusadores:
-¿Qué pasa, borracho?
Mire fijo al cantor.
-Por favor, no toques ese tango que me mata.
La acusación daba lugar a la curiosidad y el bar se llenó de silencio.
-Lo que pasa –seguí- es que me trae un recuerdo que no soporto, de una chica, una que amé tanto. Te pido que no lo cantes. Es una crueldad inútil.
La noche daba pie a la sensibilidad colectiva. Por eso, un poco con risa, un poco con ternura y algo de identificación, los asistentes, principalmente un grupo de chicos y chicas, vestidos de murga, pidieron:
-¡Hagan otro!
Una turista comenzó a sacarme fotos. El barullo se generalizaba y desde la barra gritaban cosas. El viejo cantor, tomando control de la situación, me dijo:
-A ver, ¿cómo te llamás vos?
-Juan Diego
-Bueno, sentate tranquilo. Ahora decime, ¿qué querés que toquemos?
-El motivo
El cantor miró al guitarrista y éste asintió con la cabeza.
Después le dijo:
-En Mi menor.
Entonces, como si fueramos una hinchada de fútbol, entre todos entonamos, casi hasta el grito:
-Mina que fue en otro tiempo…"

Juan Diego Incardona
“Objetos Maravillosos”