"El mito, el absoluto unitario donde las contradicciones del mundo se encuentran ilusoriamente resueltas, la visión armoniosa y armonizada a cada instante donde el orden se contempla y se refuerza, he aquí el lugar de lo sagrado, la zona extrahumana de la que con todo cuidado se ha desterrado, entre otras revelaciones, la revelación del movimiento de apropiación privativa. Nietzsche lo vio claramente cuando escribió: "Todo devenir es una emancipación culpable con respecto al ser eterno que hay que pagar con la muerte". Cuando la burguesía quiso sustituir el Ser puro del feudalismo por el Devenir, se limitó a desacralizar el ser y a resacralizar en su provecho el Devenir, su devenir elevado así a la condición de Ser, no ya de la propiedad absoluta, sino de la apropiación relativa; un pequeño devenir democrático y mecánico, con su noción de progreso, de mérito y de sucesión causal. Lo que el poseedor vive se lo disimula. Ligado al mito por un pacto de vida o muerte, le está prohibido tomar un bien para su goce positivo y exclusivo si no lo hace a través de la apariencia de vivir su propia exclusión -¿y no es a través de esta exclusión mítica como los no poseedores captarán la realidad de su exclusión?-. El poseedor lleva la responsabilidad de un grupo, asume la dimensión de un dios. Sometido tanto a su bendición como a su venganza, se inviste de prohibiciones y se consume en ellas. Modelo de dioses y de héroes, el amo, el poseedor es el verdadero rostro de Prometeo, de Cristo y de todos los que se sacrifican espectacularmente permitiendo que la gran mayoría de los hombres no deje de sacrificarse a los amos, a la extrema minoría (convendría, por otra parte, matizar el análisis del sacrificio del Propietario: en el caso de Cristo ¿no hay que admitir más bien que se trata del hijo del propietario? Ahora bien, como el propietario sólo puede sacrificarse en apariencia asistimos, cuando la coyuntura lo exige imperiosamente, a la inmolación efectiva del hijo del propietario, puesto que él no es más que un propietario inacabado, un esbozo, una simple esperanza de propiedad futura. En esta dimensión mítica hay que comprender la famosa frase de Barrés, periodista, cuando la guerra de 1914 vino por fin a colmar sus deseos: "Nuestra juventud, como convenía hacer, ha ido a derramar nuestra sangre a chorros"). Este juego un tanto repugnante conoció, antes de incorporarse a los ritos y al folklore, una época heroica en la que ritualmente se mataba a los reyes y a los jefes de las tribus conforme a su "voluntad". Los historiadores aseguran que se llegó rápidamente a reemplazar los augustos mártires por prisioneros, esclavos o criminales. Desaparecido el suplicio, la aureola permaneció".
Raoul Vaneigem
“Banalidades de base”