03 marzo 2009

5

"Hace unos años, me fui después de vender a la tanguería que está frente a la plaza de Almagro.
Me mandé para el fondo. Por suerte conseguí una silla contra la pared. No paraba de llegar gente. Cada vez que terminaba un tango, la tertulia explotaba. Eran como intervalos de una película. Si fuera así, ésta se proyectaba cerca de la ventanita, sobre una pantalla hecha de humo de cigarrillos.
De pronto, el viejo cantor empezó:
-Lástima, bandoneón, mi corazón…
No lo aguanté. Entonado por la cerveza, me puse de pie y grité-
-¡Paren!
La gente, que colmaba el bolichito, desconcertada al principio, me miraba después con ojos acusadores:
-¿Qué pasa, borracho?
Mire fijo al cantor.
-Por favor, no toques ese tango que me mata.
La acusación daba lugar a la curiosidad y el bar se llenó de silencio.
-Lo que pasa –seguí- es que me trae un recuerdo que no soporto, de una chica, una que amé tanto. Te pido que no lo cantes. Es una crueldad inútil.
La noche daba pie a la sensibilidad colectiva. Por eso, un poco con risa, un poco con ternura y algo de identificación, los asistentes, principalmente un grupo de chicos y chicas, vestidos de murga, pidieron:
-¡Hagan otro!
Una turista comenzó a sacarme fotos. El barullo se generalizaba y desde la barra gritaban cosas. El viejo cantor, tomando control de la situación, me dijo:
-A ver, ¿cómo te llamás vos?
-Juan Diego
-Bueno, sentate tranquilo. Ahora decime, ¿qué querés que toquemos?
-El motivo
El cantor miró al guitarrista y éste asintió con la cabeza.
Después le dijo:
-En Mi menor.
Entonces, como si fueramos una hinchada de fútbol, entre todos entonamos, casi hasta el grito:
-Mina que fue en otro tiempo…"

Juan Diego Incardona
“Objetos Maravillosos”