"Las curiosas opiniones de Minna se iban filtrando a través de las bromas que explicaba o que le gustaba escuchar, o aquellas que cortaba a poco de que alguien empezara a explicarlas. Aprendimos a navegar por el laberinto de sus prejuicios, a ciegas. Los hippies eran peligrosos y extraños, y había algo de triste en sus utopías erróneas. ("Tus padres debían de ser hippies -me dijo-. Por eso has salido así de raro.") Los homosexuales eran recordatorios inofensivos del impulso latente dentro de todos nosotros... y ser "medio moñas" era más vergonzoso que serlo del todo. Ciertos jugadores de béisbol, específicamente los Mets (los Yankees eran sagrados pero aburridos, los Metz maravillosamente patéticos y humanos), eran medio moñas: Lee Mazzilli, Rusty Staub, más adelante Gary Carter. Así como la mayoría de las estrellas de rock y cualquier que hubiera estado en el ejército sin ir a la guerra. Las lesbianas eran sabias y misteriosas y merecían todo el respeto (¿cómo ibamos nosotros, cuyo conocimiento sobre las mujeres dependía totalmente de Minna, a discutírselo cuando él mismo se mostraba reverente y desconcertado?), pero aún así podían parecer cómicas por tercas y estiradas. La población árabe de Atlantic Avenue resultaba tan distante e incomprensible como las tribus indias que habitaban nuesrta tierra antes de que llegara Colón. Las minorías 'clásicas' -irlandeses, judíos, polacos, italianos, griegos y puertorriqueños- eran la sal de la vida, divertidos por naturaleza, mientras que los negros y los asiáticos de todo tipo resultaban soberbios y sin gracia (probablemente los puertorriqueños deberían pertenecer a esta segunda clase pero habían sido elevados a la categoría de 'clásicos' gracias exclusivamente a West Side Story y todos los hispanos eran 'puertorriqueños' incluso aunque, como ocurría con frecuencia, se tratara de dominicanos). Pero la estupidez más supina, la enfermedad mental y la ansiedad sexual o familiar eran las chispas que ponían en marcha a las minorías clásicas, las fuerzas animadas que daban color a la vida humana y que, una vez aprendías a identificarlas, fluían en cualquier tipo de personalidad o interacción. Eran una forma de racismo, no de respeto, que consideraba imposible que los negros y los asiáticos fueran estúpidos como los irlandeses y los polacos. Si no eras divertido, en realidad no existías. Y por regla general era preferible ser estúpido de remate, impotente, vago, glotón o un bicho raro que ir por ahí tratando de eludir tu propio destino u ocultarlo bajo patéticas poses de vanidad y serenidad. Así fue como yo, el Bicho Raro Supremo, me convertí en mascota de una cosmovisión".
Jonathan Lethem.
"Huérfanos de Brooklyn"