La era de las manos teñidas comenzó poco después de los suicidios erróneos, cuando el panadero especialista en bollos Herzog J advirtió que, en cuanto perdía de vista los bollos, estos tendían a desaparecer. Repitió la operación en numerosas ocasiones, distribuyendo los bollos en distintos lugares de la panadería, señalando incluso su precisa ubicación con un lápiz de carbón, y en todas ellas, cuando se descuida un solo segundo y volvía a mirar, se encontraba únicamente la marca del lugar donde habían estado los bollos.
Me roban, declaró.
Llegados a este momento de nuestra historia, el Eminente Rabino Fagel F (véase también APÉNDICE B: LISTADO DE RABINOS DE LA CONGREGACIÓN VERTICAL) era también el encargado de ejecutar las leyes. De manera que, con el fin de llevar a cabo una exhaustiva investigación del hecho, ordenó que todos los habitantes del shtetl fueran considerados sospechosos, culpables hasta que se demostrase lo contrario. TEÑIREMOS LAS MANOS DE CADA UNO DE LOS CIUDADANOS DE UN COLOR DISTINTO, dijo, Y DE ESTE MODO DESCUBRIREMOS QUIÉN HA ESTADO HURGANDO EN LA PANADERÍA DE HERZOG.
Las de Lippa R fueron teñidas de rojo sangre. Las de Pelsa G del mismo verde esperanza de sus ojos. Las de Mica P de un sutil tono púrpura, como la línea del horizonte cuando se recorta sobre las siluetas de los árboles del bosque de Radziwell en la puesta de soldel tercer Sábat del mes de Noviembre. Ni una sola mano escapó a la prueba. Para ser justos se tiñeron incluso las manos de Herzog J, de rosa, el color de una especie singular de mariposa, la Troides helena, que resultó haber muerto en la mesa de trabajo de Dickle D, el químico inventor del producto que no podía lavarse pero dejaba marcas en todo aquello que tocaban las manos teñidas por él.
El resultado fue que un simple ratón, que el destino le haya condenado a una eternidad en las proximidades de un culo maloliente, era el culpable de la desaparición de los bollos, y jamás se vio un solo color por el mostrador de la panadería.
Pero sí en muchas otras partes.
Shlomo V halló restos de gris plateado entre las piernas de su esposa, Chebra, que su conducta no se repita en esta ni en la otra vida, y no dijo nada: se limitó a teñir de verde sus pechos y luego bañarlos de semen blanco. La sacó desnuda a las calles grises de luna, empujándola de casa en casa, magullándose los nudillos hasta dejarlos de un negro violáceo de tanto llamar a las puertas. La obligó a contemplar cómo le cortaba los testículos a Samuel R, quien, con los dedos plateados unidos pidiendo clemencia, clamaba, ambiguamente, Ha sido un error. Colores por todas partes. Las huellas índigo del Eminente Rabino Fagel F aparecieron en numerosas publicaciones no religiosas. El acerado morado labial de la llorosa viuda Shifrah K manchaba la tumba de su marido en el cementerio del shtetl, como un dibujo infantil. Todos se apresuraron a acusar a Irwin P de frotar sus manos marrones por toda la figura de la Esfera. ¡Egoísta! Le gritaron. Acaparador de milagros. Pero no eran sus manos, sino las de todos, un arco iris multicolor compuesto por las manos de todos los ciudadanos del shtetl que habían rezado para tener hijos hermosos, prolongar sus vidas, guarecerse de los relámpagos y conseguir el amor.
El shtetl quedó decorado por los actos de sus ciudadanos, y ya que se usaron todos y cada uno de los colores –a excepción del color del mostrador, por supuesto- resultaba imposible decidir qué había sido alterado por las manos ajenas o qué conservaba su aspecto original. Se rumoreaba que Getzel G había acariciado en secreto todos los violines del violinista -¡a pesar de que no sabía tocar el violín!- ya que las cuerdas tenían el color de sus dedos. La gente murmuraba que Gesha R debía de tener la habilidad de un acróbata: ¿cómo si no podía explicarse que la línea de error judío-humana hubiera adquirido exactamente el tono amarillo que mostraban las palmas de sus manos?. Y cuando el rubor de las mejillas de una colegiala fue confundido con el color púrpura de los dedos de un hombre sagrado, fue la niña la insultada: puta, ramera, furcia.
Jonathan Safran Foer
“Todo está iluminado”