“Diseccionar, penetrar, mortificar una obra para que diga siempre algo más. La crítica sería, entonces, el intento por develar aquello que la propia literatura oculta a la mirada primera; la crítica como perseguidor de nuevas interpretaciones, de sentidos subyacentes. En donde crítica, como meta-propósito, busca explicar su voluntad de trabajo así como su voluntad de poder. ¿Bajo que condiciones debemos entender la crítica literaria en medios de comunicación hoy?. La respuesta a esta interrogante supone desestimar muchas cualidades que como discurso crítico debiese comprender. Si hoy lo que llamamos, no sin cierto relajo conceptual “crítica literaria” en la prensa, es más bien mero ejercicio reseñístico, confinado al comentario se debe, en cierta medida a un desajuste teórico metodológico e histórico que ha restado al ejercicio crítico su capacidad cierta de proyectarse en un campo que exceda lo netamente literario, y actúe en consonancia con las condiciones –sociales, políticas, culturales- que lo propician”.
“Aquel cenagoso estadio al que se confinaron las intenciones críticas, logra presentar sólo leves mejorías. Este desajuste, este problema de la comunicación asumida como crítica aparece en todos sus niveles como un problema de realización de comunidad, donde la relación con el ‘otro’, es decir, nuestras relaciones de fuerza y poder, nuestras disputas por la interpretación y el sentido del mundo, lo que Said denomina “mundaneidad”, ha desaparecido y su lugar ha sido ocupado por una ingenuidad “donde mundo y representación es un único armado, artefacto constructor de simulacros, orquestador de una permanente continuidad entre tecnodominio y tecnoanálisis, donde hecho y mirada consienten aparecer al unísono como consumo y consuelo” (Casullo, 1998: 17-18). Las condiciones de este período dejarán una clara huella en las posteriores generaciones críticas. Y si hoy podemos reconocer la insuficiencia de la crítica de una proyección real, se debe a la imposición del miedo como limitante del reconocimiento de la crisis. Predeterminado a un curso inocuo y mantenido más como simulacro cultural que como opción de corte, el crítico que logra tomar aire a inicios de los ’90, aún sufre la extinción de las preguntas, el mutismo de los antecedentes”.
“La crítica secular, por su parte, plantea, a través de la suma del valor estético y la situación en redes de poder y saber, el reconocimiento del texto en su mundaneidad, en su ligazón con el tiempo, la sociedad, el lugar y la circunstancia, en su contextualización a sí mismo. De allí que un primer paso sea la constitución de un sujeto crítico en su autonomía, en donde se posicionan en primera fila la subjetividad, los valores, políticos, sociales y humanos del sujeto crítico contra la determinación que sobre él mantienen los grandes conglomerados mediáticos, de modo de lograr que el lugar cómplice del crítico en su táctica devenga resistencia, devenga crítica. Aquí debemos retomar la idea de comunidad antes insinuada, pues si aceptamos que la crítica “es siempre contextualizada; es escéptica, secular y está reflexivamente abierta a sus propios defectos” (Said; 2004: 42), aceptamos que participa en un comunidad interpretativa, la que le otorga legitimidad, validez, permanencia; relación a partir de la cual, el crítico debe alumbrar respecto a la situación social y política en que se hayan implicadas las voces interpretativas”.
“La necesaria vinculación del crítico con la mundaneidad del texto, halla una razón de ser en la referencia de Angenot respecto a la caducidad de los discursos sociales. Éstos, como las propias manifestaciones que lo constituyen, funciona dentro de un determinado período temporal, en determinadas condiciones. Lo que aflora es la urgente vinculación de un texto con su época, con las determinadas circunstancias sobre las que se lee. Es, a fin de cuentas, en sus condiciones de producción y de reconocimiento en donde el crítico secular articula un campo de fuerza. Lo que Verón denomina ‘gramáticas de producción y reconocimiento’ son los polos sobre los que se constituye la circulación del discurso. Allí se ubica la crítica, en el espacio en que la pregunta por el sentido del texto y sus significaciones brotan. Frente a paleta de sentidos posibles, una crítica situada, secular, establece las condicionantes con respecto a su reconocimiento, evitando lecturas aberrantes o simplemente inofensivas. Para lograr esto, la crítica adopta la forma del signo, en tanto posibilidades de sentido y representación del objeto, de modo de convertirse en “aquello cuyo conocimiento se supone para poder comunicar informaciones suplementarias que le conciernen” (Verón; 1987:130). AsÍ se define la relación del signo con su objeto, de la crítica con el texto literario que mortifica, generando en consecuencia, lo que Verón denomina ‘objeto inmediato’, y que se refiere nada menos que a la representación del objeto en el signo. Es aquí en donde se genera el campo de fuerza del que hemos venido hablando. Surge, del propio signo, una “representación de segundo grado, una representación de la relación entre la representación y su objeto” (Verón, 1987: 118). Ésta surge del eco de la semiosis en la representación primera dirigida a cada signo en su particularidad. Aquí se halla la imposibilidad de cada signo, de cada crítica de acabar el objeto en sus dimensiones, el cual siempre la desborda, permitiendo los ejercicios de interpretación y su multiplicación”.
“El sentido mundano: “Problemática cultural entendida como espacio radicalizado de una reflexión teórico-crítica que no concilia con decisiones lógicas, lenguajes y horizontes tecno-instrumentales de la dominante cultural, es decir, con lo devenido poderes, modelos y prácticas de los saberes” (Casullo, 1998: 64). Si el poder, aquella relación de un punto a otro de la que habla Foucault, está presente en todo discurso, la herida que inflinge el crítico apunta al vínculo entre el texto literario y la coacción a la que es sometido por los medios de comunicación, en donde se le despoja de su significante autónomo para asimilarlo a una interpretación ideológica que lo vuelve inofensivo, meramente ‘útil’. Aquí radica la cualidad de ‘única posibilidad’ que plantea la violencia ideológica. Frente a ello, la disconformidad con las dominancias y la desacralización que propone la crítica, en cuanto a la interrogación por el sentido y por lo que importa en la Cultura (o la versión de ésta que se busca) es la chance que encierra la posibilidad frente a la serialización de la experiencia”.
Extractos de “El sentido mundano: crítica literaria situada y prensa en Chile”, texto leído en el VII Congreso Nacional y II Congreso Internacional de la Asociación Argentina de Semiótica. Temporalidades, en homenaje a Nicolás Rosa. 7 al 10 de Noviembre de 2007. Centro Cultural Bernardino Rivadavia, Rosario, Argentina.