“La indiferenciación ‘primordial’, el caos ‘original’, tienen a menudo un carácter fuertemente conflictivo. Los indiferenciados no cesan de luchar para diferenciarse entre sí. Este tema está especialmente desarrollado en los textos postvédicos de la India brahmánica. Todo comienza siempre por una batalla interminable, imprevisible, de los demonios, que se parecen tanto que ya no es posible distinguirlos. En suma, siempre es la mala reciprocidad demasiado rápida y visible lo que uniformiza los comportamientos en las grandes crisis sociales susceptibles de desencadenar las persecuciones colectivas. Lo indiferenciado no es más que una traducción parcialmente mítica de tal estado de cosas. Hay que asociar a ello el tema de los gemelos o de los hermanos enemigos que ilustra de manera especialmente eficaz la indiferenciación conflictiva; tal es, sin duda, la razón que convierte este tema en todo el universo en uno de los puntos de partida mitológicos más clásicos”
René Girard.
“El chivo expiatorio”
"Ya se han interpretado bastante las pasiones: se trata de encontrar otras nuevas"
30 junio 2011
26 junio 2011
"Huérfanos de Brooklyn" (II)
"Las curiosas opiniones de Minna se iban filtrando a través de las bromas que explicaba o que le gustaba escuchar, o aquellas que cortaba a poco de que alguien empezara a explicarlas. Aprendimos a navegar por el laberinto de sus prejuicios, a ciegas. Los hippies eran peligrosos y extraños, y había algo de triste en sus utopías erróneas. ("Tus padres debían de ser hippies -me dijo-. Por eso has salido así de raro.") Los homosexuales eran recordatorios inofensivos del impulso latente dentro de todos nosotros... y ser "medio moñas" era más vergonzoso que serlo del todo. Ciertos jugadores de béisbol, específicamente los Mets (los Yankees eran sagrados pero aburridos, los Metz maravillosamente patéticos y humanos), eran medio moñas: Lee Mazzilli, Rusty Staub, más adelante Gary Carter. Así como la mayoría de las estrellas de rock y cualquier que hubiera estado en el ejército sin ir a la guerra. Las lesbianas eran sabias y misteriosas y merecían todo el respeto (¿cómo ibamos nosotros, cuyo conocimiento sobre las mujeres dependía totalmente de Minna, a discutírselo cuando él mismo se mostraba reverente y desconcertado?), pero aún así podían parecer cómicas por tercas y estiradas. La población árabe de Atlantic Avenue resultaba tan distante e incomprensible como las tribus indias que habitaban nuesrta tierra antes de que llegara Colón. Las minorías 'clásicas' -irlandeses, judíos, polacos, italianos, griegos y puertorriqueños- eran la sal de la vida, divertidos por naturaleza, mientras que los negros y los asiáticos de todo tipo resultaban soberbios y sin gracia (probablemente los puertorriqueños deberían pertenecer a esta segunda clase pero habían sido elevados a la categoría de 'clásicos' gracias exclusivamente a West Side Story y todos los hispanos eran 'puertorriqueños' incluso aunque, como ocurría con frecuencia, se tratara de dominicanos). Pero la estupidez más supina, la enfermedad mental y la ansiedad sexual o familiar eran las chispas que ponían en marcha a las minorías clásicas, las fuerzas animadas que daban color a la vida humana y que, una vez aprendías a identificarlas, fluían en cualquier tipo de personalidad o interacción. Eran una forma de racismo, no de respeto, que consideraba imposible que los negros y los asiáticos fueran estúpidos como los irlandeses y los polacos. Si no eras divertido, en realidad no existías. Y por regla general era preferible ser estúpido de remate, impotente, vago, glotón o un bicho raro que ir por ahí tratando de eludir tu propio destino u ocultarlo bajo patéticas poses de vanidad y serenidad. Así fue como yo, el Bicho Raro Supremo, me convertí en mascota de una cosmovisión".
Jonathan Lethem.
"Huérfanos de Brooklyn"
Jonathan Lethem.
"Huérfanos de Brooklyn"
25 junio 2011
"Huérfanos de Brooklyn" (I)
“Una anécdota verdadera, aunque se repetía tan a menudo como un chiste, remolcando la barca sin parar, era la del poli que hacía ronda por Court Street y acostumbraba a dispersar los grupos de adolescentes que se reunían por la noche en la entrada de las casas o delante de los bares atajando sus excusas con un “Sí, sí, me lo cuentas por el camino”. Más que nada, aquella historia resumía mi idea de Minna: su impaciencia, el placer que obtenía comprimiendo, haciendo más expresivas, hilarantes y vívidas las cosas cotidianas refundiéndolas. Le encantaba charlar pero detestaba las explicaciones. Una expresión de cariño no tenía gracia si no acababa en insulto. Un insulto mejoraba si también era autocrítico; uno ideal debería servir como muestra de la filosofía callejera o como reanudación de algún debate aletargado. Y cualquier charla era mejor a la carrera, lejos de la acera, entre momentos de acción: aprendimos a contar nuestros cuentos caminando”.
Jonathan Lethem
"Huérfanos de Brooklyn"
Jonathan Lethem
"Huérfanos de Brooklyn"
24 junio 2011
El tiempo en ruinas
“Contemplar unas ruinas no es hacer un viaje en la historia, sino vivir la experiencia del tiempo, del tiempo puro. En su vertiente pasada, la historia es demasiado rica, demasiado múltiple y demasiado profunda para reducirse al signo de piedra que ha escapado de ella, objeto perdido como los que recuperan los arqueólogos que rebuscan en sus cortes espacio-temporales. En la vertiente presente del tiempo, la emoción es de orden estético, pero el espectáculo de la naturaleza se combina en esa vertiente con el de los vestigios. Sucede a veces que contemplamos un paisaje y extraemos de él una sensación de dicha tan vaga como intensa. Cuanto más ‘naturales’ son esos paisajes (cuanto menos deben a la intervención humana), tanto más la conciencia que llegamos a tener de ellos es la de su permanente o, al menos, de una muy larga duración que nos permite medir por contraste el carácter efímero de los destinos individuales. Con todo, al espectáculo de la perpetua renovación de la naturaleza puede unirse también el sentimiento reconfortante de una totalidad que trasciende esos destinos –o en la cual se funden-, el sentimiento de la intuición panteísta o materialista del ‘nada se pierde, nada se crea’. La naturaleza, en este sentido, anula no sólo la historia, sino también al tiempo”.
Marc Augé
"El tiempo en ruinas". Por acá.
12 junio 2011
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