20 noviembre 2010

en "Pour Marx"














"Si, en primer lugar estamos unidos por esa institución que se llama espectáculo, pero todavía unidos más profundamente por los mismos mitos, por los mismos temas, que nos gobiernan sin nuestro consentimiento, por la misma ideología vivida espontáneamente. Si, a pesar de que sea por excelencia la de los pobres, como en El Nost Milan, comemos el mismo pan, nos enfurecemos por lo mismo, nos indignamos por lo mismo, tenemos los mismos delirios (al menos en la memoria, que es por donde merodea esa posibilidad), incluso el mismo abatimiento ante una época que ninguna Historia impulsa. Si, como Madre Coraje, tenemos la misma guerra a la puerta, a dos pasos de nosotros, e incluso en nosotros mismos, la misma horrible ceguera, la misma ceniza en los ojos, la misma tierra en la boca. Tenemos el mismo amanecer y la misma noche: nuestra inconsciencia. Compartimos la misma historia —y ahí es donde empieza todo".

30 septiembre 2010

The Sugar Shack

















de Ernie Barnes.

22 agosto 2010

Fogwill (1941-2010)


















"Como en las detenciones protocolares de los films policiales, cualquier testimonio sobre mis gustos literarios, podrá ser imputado en mi contra. Poesía o narrativa sólo escribo cuando no tengo a mi alcance un poema cuya lectura me apasione más que el desafío de emularlo. Escribir, cuando puedo, me resulta muy fácil. Dos textos breves fueron escritos de una sentada: Muchacha punk, Memoria de paso. Practico el ritual de reescribir y corregir infinitamente pero me consta que jamás ese ejercicio mejoró los resultados en mi obra. La novela Los pichiciegos fue escrita en el curso de tres días y nunca me dio motivos para cambiar alguna de sus frases. Estábamos en guerra con la mayor potencia de la Comunidad Europea, eran las seis de la tarde, volvía de una reunión con dos oficiales del estado mayor que eran mis patrones en una agencia de publicidad y mi madre me esperaba orgullosa para anunciarme:
-¡Hundimos un barco…!
Entonces volví a mi estudio, escribí la frase "mamá hoy hundió un barco" y doce horas después había completado la mitad del relato: cien mil caracteres".

Fogwill
"Los libros de la guerra"

16 agosto 2010

De "Una visión de mundo"

"...Sueño que veo una hermosa mujer arrodillada en un campo de trigo. Sus cabellos de color castaño claro son abundantes y su falda, amplia. Parece una ropa pasada de moda —una ropa de antes de mi época—, y me pregunto cómo puedo conocer y sentir tanta ternura por una mujer vestida con ropa que podría haber usado mi abuela. Y, sin embargo, parece real, más real que Tamiami Trail, seis kilómetros al este, con sus Smorgoramas y sus puestos de Giganticburger; más real que las callejuelas de Sarasota. No le pregunto quién es. Sé lo que dirá. Pero ella sonríe y empieza a hablar antes de que pueda marcharme: «Porpozec ciebie...», comienza. En ese momento, o bien me despierto desesperado, o me despierta el ruido de la lluvia sobre las palmeras. Pienso en los campesinos que, al oír la lluvia, estirarán los brazos doloridos y sonreirán, pensando en el agua que se derrama sobre sus lechugas y sus coles, su cebada y su avena, sus chirivías y su maíz. Pienso en los fontaneros que, al despertarlos la lluvia, sonreirán ante la visión de un mundo en el que ya no queden desagües atascados. Desagües en ángulo recto, desagües retorcidos, desagües sofocados por las raíces y llenos de orín, todos gorgotean y descargan sus aguas en el mar. Pienso en que la lluvia despertará a alguna anciana que se pregunte si ha olvidado en el jardín su ejemplar de Dombey e hijo. ¿Quizá el chal? ¿Se acordó de tapar las sillas? Y sé que el ruido de la lluvia despertará a alguna pareja de amantes y que ese ruido les parecerá parte de la fuerza que los ha arrojado al uno en brazos del otro. Entonces me incorporo en la cama y exclamo en voz alta, hablando conmigo mismo: «¡Valor! ¡Amor! ¡Virtud! ¡Compasión! ¡Esplendor! ¡Amabilidad! ¡Prudencia! ¡Belleza!» Las palabras parecen tener el color de la tierra, y mientras las recito siento que crece mi esperanza hasta quedar satisfecho y en paz con la noche".

John Cheever
"Una visión de mundo", Relatos II.

11 agosto 2010

VIII Demoníaco

"Es conocido con qué insistencia una tendencia herética recurrente propone la exigencia de la salvación final de Satanás. En el mundo de Walser, el telón se alza cuando incluso el último demonio de Gehinnom es reintegrado al cielo, cuando el proceso de la historia de la salvación ha quedado concluido sin residuos.

Es sorprendente que los dos escritores que, en nuestro siglo, han observado con más lucidez el horror incomparable que les rodeaba -Kafka y Walser- se representen un mundo del cual ha desaparecido el mal en su suprema expresión tradicional: el demonio. Ni Klamm ni el Conde ni los cancilleres y jueces kafkianos, y mucho menos las creaturas de Walser, a pesar de su ambigüedad, podrían jamás figurar en un catálogo demonológico. Si en el mundo de estos autores sobrevive algo como elemento demoníaco, es más bien en la forma que podía tener en la mente de Spinoza, cuando escribía que el demonio es sólo la criatura más débil y más lejana de Dios y como tal-en cuanto es esencialmente impotencia-, no sólo no puede hacer mal alguno, sino que es, además, aquella que más necesidad tiene de nuestra ayuda y de nuestras oraciones. El demonio es, en todo ser que es, la posibilidad de no ser que silenciosamente implora nuestro socorro (o si se quiere, no es sino la impotencia divina o la potencia de no ser en Dios). El mal es únicamente nuestra reacción inadecuada frente a éste elemento demoníaco, nuestro retroceder asustados delante de él para ejercitar -fundándolo en esta fuga- algún poder de ser. Sólo en este sentido secundario, la impotencia o la potencia de no ser es la raíz del mal. Huyendo delante de nuestra misma impotencia, o buscando servirnos de ella como de un arma, construimos el maligno poder con el que oprimimos aquello que aquí muestra su debilidad; faltando a nuestra íntima posibilidad de no ser, abandonamos lo único que hace posible el amor. La creación -o la existencia- no es, de hecho, la lucha victoriosa de una potencia de ser contra una potencia de no ser; es mucho más, la impotencia de Dios frente a su misma impotencia, su dejar que sea una contingencia, pudiendo no no-ser. O de otra manera: el nacimiento en Dios del amor.

Lo que Kafka y Walser hacen valer contra la omnipotencia divina no es tanto la inocencia natural de la creatura, cuanto aquella inocencia natural de la tentación. Su demonio no es quien tienta, sino el ser infinitamente susceptible de ser tentado. Eichmann, un hombre absolutamente banal, que ha sido tentado por el mal propio del poder del derecho y de la ley, es la confirmación terrible con la que nuestro tiempo ha reivindicado aquel diagnóstico".

Giorgio Agamben
La comunidad que viene

10 agosto 2010

II Del Limbo

"¿De dónde proceden las singularidades cualsean?; ¿cuál es su reino? Las cuestiones de Tomás de Aquino sobre el limbo contienen los elementos para una respuesta. Según el teólogo, de hecho, la pena de los niños no bautizados, muertos sin otra culpa que el pecado original, no puede ser una pena de aflicción, como la del infierno, sino sólo una pena privativa, que consiste en su perpetua carencia de la contemplación de Dios. Pero los habitantes del limbo, a diferencia de los condenados, no experimentan dolor por esta carencia: puesto que sólo tienen conocimiento natural, y no el supranatural que viene implantado en nosotros por el bautismo, no tienen conciencia de estar privados del sumo bien, o, si lo saben (como admite una opinión diferente) no pueden lamentarse más de lo que un hombre razonable se condolería por no poder volar. Si experimentasen dolor, desde luego, y puesto que sufrirían por una culpa de la que no pueden enmendarse, su dolor acabaría por llevarles a la desesperación, como sucede con los condenados. Todo esto no sería justo. Más aún, sus cuerpos, como los propios de los bienaventurados, son impasibles sólo en aquello relativo a la acción de la justicia divina; en todo lo demás gozan plenamente de sus perfecciones naturales.

La pena más grande -la carencia de la visión de Dios- se vuelca así en alegría natural: definitivamente perdidos, hábitan sin dolor en el abandono divino. No es que Dios los haya olvidado, sino que ellos lo han olvidado a Él desde siempre, y el descuido divino resulta impotente contra su olvido. Como cartas que han quedado sin destinatarios, estos resucitados han quedado sin destino. Ni bienaventurados como los elegidos, ni desesperados como los condenados, están llenos de una alegría para siempre sin destinación.

Esta naturaleza límbica es el secreto del mundo de Walser. Sus creaturas están irreparablemente extraviadas, pero en una región situada más allá de la perdición y de la salvación: su nulidad, de la que están orgullosos, es ante todo neutralidad respecto a la salvación, la objeción más radical que jamás se levantó contra la idea misma de la redención. Propiamente insalvable es, desde luego, la vida en la que no se ve nada que salvar y contra ella naufraga la poderosa máquina teológica de la «oeconomia» cristiana. De ahí la curiosa mezcla de pillería y de humildad, de inconsciencia de toon y de escrupulosa acribia que caracteriza a los personajes de Walser; de aquí procede su ambigüedad, por la cual toda relación con ellos parece siempre condenada a terminar en la cama: no se trata ni de Hybris pagana ni de timidez de las creaturas', sino sencillamente de una impasibilidad límbica frente a la justicia divina.

Como el condenado liberado en la colonia penal de Kafka, que ha sobrevivido a la destrucción de la máquina que debía ajusticiado, ellos han dejado atrás el mundo de la culpa y de la justicia: la luz que se derrama sobre sus frentes es aquella -irreparable- del alba que sigue al día más nuevo del juicio. Pero la vida que comienza en la tierra tras el último día es sencillamente la vida humana".

Giorgio Agamben
La comunidad que viene.

22 julio 2010

Introducción a la guerra civil

"Nosotros, decadentes, tenemos los nervios frágiles. Todo, o casi, nos hiere; y el resto no es sino una causa de irritación probable, por lo que prevenimos que nunca se nos toque. Soportamos dosis de verdad cada vez más reducidas, casi nanométricas en este momento, y antes que esto preferimos antídoto a raudales. Imágenes de felicidad, sensaciones plenas y bien conocidas, palabras suaves, sentimientos familiares, e interiores interiores, en resumen, narcosis por kilos, y sobre todo: nada de guerra, sobre todo, nada de guerra. Respecto a lo que puede ser expresado, todo este contexto amniótico-asegurador se reduce al deseo de una antropología positiva. Nosotros necesitamos que uno nos diga lo que es, «un hombre», lo que «nosotros» somos, lo que nos está permitido querer y ser. En definitiva, ésta es una época fanática en muchos aspectos y muy particularmente en este asunto del hombre, en el que uno sublima la evidencia del Bloom. La antropología positiva, en la manera en que domina, no es tal solamente en virtud de una concepción irénica, un poco tonta y amablemente católica, de la naturaleza humana: es positiva en primer lugar en la medida en que presta al «Hombre» cualidades, atributos determinados, predicados substanciales. Es por lo mismo por lo que incluso la antropología pesimista de los anglosajones, con su hipóstasis de los intereses, de las necesidades, del struggle for life, forma parte del proyecto de tranquilizarnos, pues provee también algunas convicciones practicables sobre la esencia del hombre.
Pero nosotros, nosotros que no queremos acomodarnos a ningún tipo de confort, que tenemos ciertamente los nervios frágiles, pero también el proyecto de hacerlos cada vez más resistentes, cada vez más inalterados, a nosotros, nos hace falta otra cosa muy diferente. Nos hace falta una antropología radicalmente negativa, nos hacen falta algunas abstracciones radicalmente vacías, suficientemente transparentes para impedirnos prejuzgar nada, una física que reserve a cada ser y a cada situación su disposición al milagro. Conceptos rompe-espejos para acceder, dar lugar a la experiencia. Para hacerse sus receptáculos.
De los hombres, es decir, de su coexistencia, no podemos decir nada que no nos sirva ostensiblemente de tranquilizante. La imposibilidad de augurar nada de esta implacable libertad nos lleva a designarla según un término no definido, una palabra ciega, por la que uno acostumbra a nombrar aquello de lo cual uno no comprende nada, porque uno no quiere comprender, comprender que el mundo nos requiere. Este vocablo es el de guerra civil. La opción es táctica; se trata de reapropiarse preventivamente de aquello de lo cual estarán necesariamente cubiertas nuestras operaciones".

Tiqqun
"Introducción a la guerra civil" (vía Caosmosis)

20 julio 2010

Tweet

"I saw the best minds of my generation destroyed by brevity, over-connectedness, emotionally starving for attention, dragging themselves through virtual communities at 3 am, surrounded by stale pizza and neglected dreams, looking for angry meaning, any meaning, same hat wearing hipsters burning for shared and skeptical approval from the holographic projected dynamo in the technology of the era, who weak connections and recession wounded and directionless, sat up, micro-conversing in the supernatural darkness of Wi-Fi-enabled cafes, floating across the tops of cities, contemplating techno, who bared their brains to the black void of new media and the thought leaders and so called experts who passed through community colleges with radiant, prank playing eyes, hallucinating Seattle- and Tarantino-like settings among pop scholars of war and change, who dropped out in favor of following a creative muse, publishing zines and obscene artworks on the windows of the internet, who cowered in unshaven rooms, in ironic superman underwear burning their money in wastebaskets from the 1980s and listening to Nirvana through paper thin walls, who got busted in their grungy beards riding the Metro through Shinjuku station, who ate digital in painted hotels or drank Elmer's glue in secret alleyways, death or purgatoried their torsos with tattoos taking the place of dreams, that turned into nightmares, because there are no dreams in the New Immediacy, incomparably blind to reality, inventing the new reality, through hollow creations fed through illuminated screens. Screens of shuttering tag clouds and image thumbnails lightning in the mind surfing towards Boards of Canada and Guevara, illuminating all the frozen matrices of time between, megabyted solidities of borders and yesterday's backyard wiffleball dawns, downloaded drunkenness over rooftops, digital storefronts of flickering flash, a sun and moon of programming joyrides sending vibrations to mobile devices set on manner mode during twittering wintering dusks of Peduca, ashtray rantings and coffee stains that hid the mind, who bound themselves to wireless devices for an endless ride of opiated information from CNN.com and Google on sugary highs until the noise of modems and fax machines brought them down shuddering, with limited and vulgar verbiage to comment threads, battered bleak of shared brain devoid of brilliance in the drear light of a monitor, who sank all night in interface's light of Pabst floated out and sat through the stale sake afternoon in desolate pizza parlors, listening to the crack of doom on separate nuclear iPods, who texted continuously 140 characters at a time from park to pond to bar to MOMA to Brooklyn Bridge lost battalion of platonic laconic self proclaimed journalists committed to a revolution of information, jumping down the stoops off of R&B album covers out of the late 1980s, tweeting their screaming vomiting whispering facts and advices and anecdotes of lunchtime sandwiches and cat antics on couches with eyeballs following and shockwaves of analytics and of authority and finding your passion and other jargon, whole intellects underscored and wiped clean in the total recall 24/7 365 assault all under the gaze of once brilliant eyes".

Oyl Miller, en McSweeney's.

31 mayo 2010

De "La voz extraña"

"Vladimir Nabokov decía que la literatura empezó un día en que un pastor entró en la aldea gritando que venía el lobo, sabiendo que eso no era verdad. Es una buena definición pero está sostenida en un registro moral que me molesta. Asocia la literatura a la mentira. Un libro de ensayos deVargas Llosa sobre autores que lo conmovieron se llama “La verdad de las mentiras”. Sigue en la misma línea de flotación. Hace muchos años volví del colegio y le dije a mi madre que había un chico con unas orejas de burro ortopédicas. Mi mamá me dijo que era porque no estudiaba. Todavía hoy recuerdo la cara de ese chico que nunca existió. Tenía pelo marrón, dientes grandes, un guardapolvo que le quedaba apretado y estaba de pie en la puerta de entrada del Martina Silva de Gurruchaga, justo donde pegaba el sol. Le brillaba el armazón de metal que sostenía las orejas de burro inmensas, que eran de piel. Como ustedes comprobarán, yo no estaba mintiendo: simplemente, como en la Edad Media, como muchos otros chicos del mundo, tenía visiones. Antes de aprender a leer, ya tenía revistas de Batman. Estaban editadas por la editorial mexicana Novaro. Recuerdo una especial en la que en la tapa Batman se posaba por encima de una gran claraboya de vidrio. Debajo, mirándolo asustado, estaba el Guasón. De la boca de Batman salía un globo blanco de texto. Creo que pasé tardes larguísimas imaginando qué le estaba diciendo al Joker. Aún hoy, cuando voy al Parque Rivadavia a buscar libros viejos, me fijo entre esas revistas mexicanas que ahora son material de coleccionista, para ver si doy con la dichosa tapa. Poco antes de terminar la primaria me pasé las mañanas viendo un programa donde el mago Fantasio realizaba trucos en vivo, en un estudio repleto de chicos. Tenía un truco especial que me volvía loco. Juntaba chicos que seleccionaba del público y los ponía a sus costados. Acto seguido, decía, “ahora voy a pesar 200 kilos”. Y se tiraba al piso y los chicos no lo podían ni sostener ni levantar. Repetía esto varias veces pero bajando cada vez más de peso, hasta que decía: “ahora voy a pesar 20 kilos” y cuando se tiraba al piso, los chicos no sólo lo sostenían sino que lo hacían flamear. Le pedí a mi papá que me comprara la caja de trucos de Fantasio, pero el Gran Truco no estaba. Podías hacer desaparecer un pañuelo, fingir que cortabas un dedo y lo volvías a poner en el mismo lugar, pero nada del Gran Truco. Pasaron algunos años y coincidí en la colonia de vacaciones con un chico que había sostenido a Fantasio en el programa. Me lo comentó mientras nos cambiábamos en el vestuario para entrar a la pileta. Le pregunté, impaciente y nervioso, si todo estaba arreglado con el mago, eso de tirarse y no sostenerlo, etc. El me dijo: “No. Era increíble. ¡De pronto el tipo no pesaba nada!” Eso me mató. Sentí que en algún lugar había una estafa, pero que era en realidad encantadora. Ese mismo poder de extrañeza encontré después en la literatura.
No quiero decir que esto sea la Voz Extraña, ya que nadie sabe qué es. Pero sí que ese estado de encantamiento le es propio, la propicia. Es imposible que todos esos tipos hayan entrado a Troya en el caballo de madera como si nada, pero la imagen es poderosísima y sin duda habla de algo que pasó hace mucho tiempo y que es funcional al costado más inquietante de nuestra humanidad. Quiero decir que hay cosas que suceden en el mundo y hay cosas que sólo pasan en el espíritu. Y el Espíritu, como todos sabemos, sopla donde quiere".

Fabián Casas.
"Horla City y otros. Toda la poesía 1990-2010"
Tambien en Los Trabajos Prácticos.

20 mayo 2010

De "Escupiré sobre vuestra tumba"

"-Lou, has cambiado de perfume.
-Si. ¿No te gusta éste?
-Si, no está mal. Pero ya sabes que esto no se hace.
-¿Qué?
-La gente no cambia de perfume. Una mujer verdaderamente elegante permanece siempre fiel a su perfume.
-¿De dónde has sacado eso?
-Lo sabe todo el mundo. Es una vieja norma francesa.
-No estamos en Francia.
-¿Entonces, por qué usas perfumes franceses?
-Porque son los mejores.
-Claro; pero si sigues una norma, tienes que seguirlas todas.
-Pero, oye, Lee Anderson, ¿quién te ha dicho todo eso?
-Son los prodigios de la instrucción -me burlé".

Boris Vian
“Escupire sobre vuestra tumba”

04 mayo 2010

El príncipe y la rana


















"Para retomar el lenguaje 'mágico' de Adorno, se podría decir que el historicismo dialéctico del que se hace portavoz es la bruja que, habiendo transformado al príncipe en rana, cree que detenta con su varita mágica de la dialéctica el secreto de toda transformación posible. Pero el materialismo histórico es la muchacha que besa directamente a la rana en la boca y rompe el embrujo dialéctico. Pues mientras la bruja sabe que así como todo príncipe es en realidad una rana, del mismo modo toda rana puede volverse un príncipe, la muchacha lo ignora y su beso toca aquello que es idéntico tanto en la rana como en el príncipe".

...

"La filología es la muchacha que sin precauciones dialécticas besa en la boca a la rana de la praxis".

Giorgio Agamben.
"Infancia e Historia".

03 mayo 2010

Sindicalismo














"No te dejes engañar
Por el papel brilloso de los chocolates
Ni la vista iluminada de la ciudad cuando oscurece
No te distraigas
Con los que se fotografían en familia,
Alzan trofeos,
O se muestran seguros
En las revistas de mucho tiraje
Que tu corazón esté
Con los que viven solos,
Los que saben que un par de tragos
Jamás abolirán el azar
Y por eso forman parte de ese estúpido club".

Fabián Casas
"Oda"

24 abril 2010

M. Foucault



"Salvando alguna palabra, creo que hablamos de lo mismo. Primero, no podemos decir que estas mujeres se aman entre ellas. No podemos decir que haya amor en Maria Malibran tampoco. Mejor sería hablar de pasión. ¿Qué es la pasión? Es un estado, algo que nos ocurre, que se apropia de nosotros, que nos agarra de los hombros, que no tiene pausa ni origen. En realidad, no sabemos de dónde viene. La pasión llega así como así. Es un estado siempre móvil, pero que no tiene dirección. Hay momentos fuertes y momentos débiles, momentos que alcanzan la incandescencia. Flota. Balancea. Es una suerte de instante inestable que se prolonga por motivos oscuros, tal vez por inercia. Busca mantenerse y desaparecer. La pasión se atribuye todas las condiciones para continuar, y a la vez se destruye ella misma. En la pasión, uno no está ciego. Son situaciones en las que uno simplemente no es uno mismo. Ya no tiene sentido ser uno mismo. Las cosas se ven distintas".

Diálogo de Michel Foucault y Werner Schroeter, en Soy.

18 abril 2010

Good Bye

"Benditos los que no tienen mitologías
Y se refugian agazapados
Bajo las lámparas del criadero;
Benditos los que no saben que la muerte
Da clases en todos lados
Y se conforman con una palmada
Y un plato de comida;
Benditos los que entran en ese lugar
Donde los significantes
Le dan vuelta la cara a Dios".

Fabián Casas
"Oda"

30 marzo 2010

Celos clásicos

"Ella estudia latín esta mañana,
dos milenios después de Jesucristo,
susurra algunos versos
mueve apenas los labios, memoriza
despacio, íntimamente.
No mira a su vecino prosaico, al estudiante,
su fiel contemporáneo.
Detrás de sus pestañas, pretérita, perfecta,
traslúcida en el ruido
de la ciudad, recita
fragmentos de la Eneida.
El poeta, temprano, antes de Cristo,
pasea por la luz de su Campania
la luz meridional entre pastores,
ovejas, olivares,
recorre la mañana, las palabras,
con ritmo de pentámetro latino,
sereno, con un soplo que suave cruza el tiempo,
murmura su poema, su paisaje.
De pronto se detiene,
corrige un solo verso,
despacio, íntimamente lo recita,
mueve apenas los labios y un instante
coinciden las dos bocas.
Ella estudia latín pero en secreto
se besa con Virgilio esta mañana".

Pedro Mairal
"Consumidor Final"

21 marzo 2010

Ulisa

"El amor conyugal deviene rapidamente rutina. Sin necesidad de explicitarlas se fijan sus frecuencias y sus modos. No hay nada de malo en eso. Siendo como es funciona como una fuente de afecto, orden y energía en nuestas vidas. El peor error respecto del amor conyugal consiste en pedirle que sea lo que no es: un vehículo de nuestros fantasmas sexuales. Querer encarnar en ése personaje diáfano, eje de nuestra cotidianeidad, nuestras pulsiones oscuras sólo lleva a una dicotomía insoportable en cuya crisis final tendremos que decidir -imposible e innecesariamente- entre prescindir de nuestro soporte afectivo o de nuestros deseos secretos. De lo dicho se deduce, claro está, que la infidelidad, de pensamiento o de hecho, está en la naturaleza misma del vínculo conyugal -extremo, por supuesto, que no necesita ser objeto de explicaciones con el cónyuge. Debemos asumir, sin demostración alguna, que cualquier persona sensata tiene claro el asunto. Todo es cuestión, entonces, de moderación y discreción. Y el que no sea capaz de moderación y discreción, el que no sepa frenar sus tendencias al exceso, mejor hará en prescindir de los beneficios del vínculo conyugal. De más está decir que, no teniendo un pelo de machista, entiendo que la infidelidad es inevitable para ambos conyuges. En lo que concierne a mi matrimonio debo decir que mi impresión es la de que mi mujercita ni roza con el pensamiento este tipo de cuestiones de metafísica conyugal"

Ercole Lissardi
"Ulisa".

De "Elogio de la profanacion"

"El capitalismo como religión es el título de uno de los más penetrantes fragmentos póstumos de Benjamin. Según Benjamin, el capitalismo no representa sólo, como en Weber, una secularización de la fe protestante, sino que es él mismo esencialmente un fenómeno religioso, que se desarrolla en modo parasitario a partir del cristianismo. Como tal, como religión de la modernidad, está definido por tres características: 1) Es una religión cultual, quizá la más extrema y absoluta que haya jamás existido. Todo en ella tiene significado sólo en referencia al cumplimiento de un culto, no respecto de un dogma o de una idea. 2) Este culto es permanente, es "la celebración de un culto sans treve et sans meret”. Los días de fiesta y de vacaciones no interrumpen el culto, sino que lo integran. 3) El culto capitalista no está dirigido a la redención ni a la expiación de una culpa, sino a la culpa misma. "El capitalismo es quizás el único caso de un culto no expiatorio, sino culpabilizante... Una monstruosa conciencia culpable que no conoce
redención se transforma en culto, no para expiar en él su culpa, sino para volverla universal... y para capturar finalmente al propio Dios en la culpa... Dios no ha muerto, sino que ha sido incorporado en el destino del hombre."



"Precisamente porque tiende con todas sus fuerzas no a la redención, sino a la culpa; no a la esperanza, sino a la desesperación, el capitalismo como religión no mira a la transformación del mundo, sino a su destrucción. Y su dominio es en nuestro tiempo de tal modo total, que aun los tres grandes profetas de la modernidad (Nietzsche, Marx y Freud) conspiran, según Benjamin, con él; son solidarios, de alguna manera, con la religión de la desesperación. "Este pasaje del planeta hombre a través de la casa de la desesperación en la absoluta soledad de su recorrido es el éthos que define Nietzsche. Este hombre es el Superhombre, esto es, el primer hombre que comienza conscientemente a realizar la religión capitalista". Pero también la teoría freudiana pertenece al sacerdocio del culto capitalista: "Lo reprimido, la representación pecaminosa... es el capital, sobre el cual el infierno del inconsciente paga los intereses". Y en Marx, el capitalismo "con los intereses simples y compuestos, que son función de la culpa... se transforma inmediatamente en socialismo".

Giorgio Agamben
"Profanaciones"

Reunión en Guayaquil




"Ahora sabemos
que no se contaron chistes de realistas
ni fumaron opio
frente al mapa de la Confederación.
Hablaron -comiendo charqui, lustrándose las
botas-
de lo dificil que es sostener una pareja,
de guerra en guerra,
a tanta distancia".

Fabian Casas
"Oda".

El sábado...

"El sábado, el médico me dijo que dejase de fumar y de beber, y así lo hice. Pasaré por alto el consabido síndrome de abstinencia, pero me gustaría señalar que aquella noche, mientras miraba por la ventana los brillos del crepúsculo y los progresos de la oscuridad, percibí —falto de tan humildes estimulantes— la fuerza de un recuerdo primitivo en el que la llegada de la noche, con su luna y estrellas, era apocalíptica. Pensé de pronto en las tumbas olvidadas de mis tres hermanos en la ladera de la montaña y en que la muerte es una soledad más cruel que cualquier otra que se conozca en la vida. El alma —pensé— no abandona el cuerpo, sino que permanece con él para sufrir las degradantes fases de descomposición y abandono, el calor, el frío y las largas noches de invierno en que nadie lleva una corona o una planta ni reza una oración".

John Cheever
"La muerte de Justina", Relatos II.

25 enero 2010

Lo sagrado

Todos los pueblos han concebido sin duda ese «Ser supremo», pero la operación parece haber fracasado en todas partes. El «Ser supremo» de los hombres primitivos no tuvo aparentemente prestigio comparable al que debía obtener un día el Dios de los judíos, y más tarde el de los cristianos. Como si la operación hubiese tenido lugar en un tiempo en que el sentimiento de continuidad era demasiado fuerte, como si la continuidad animal o divina de los seres vivos y del mundo hubiera en principio parecido limitada, empobrecida por un primer y torpe intento de reducción a una individualidad objetiva. Todo indica que los primeros hombres estaban más cerca que nosotros del animal; le distinguían quizá de sí mismos, pero no sin una duda mezclada de terror y de nostalgia. El sentimiento de continuidad que debemos prestar al animal no se imponía ya sólo al espíritu (la posición de objetos distintos era incluso su negación). Pero había sacado una nueva significación de la oposición que presentaba respecto al mundo de las cosas. La continuidad, que para el animal no podía distinguirse de ninguna otra cosa, que era en él para él la única modalidad posible del ser, opuso en el hombre a la pobreza del útil profano (del objeto discontinuo) toda la fascinación del mundo sagrado.
El sentimiento de lo sagrado no es evidentemente ya el del animal, al que la continuidad perdía en las brumas dónde nada es distinto. En primer lugar, si es cierto que la confusión no ha cesado en el mundo de las brumas, éstas oponen un conjunto opaco a un mundo claro. Este conjunto aparece distintamente en el límite de lo que es claro: se distingue, por lo menos, desde fuera, de lo que es claro. Por otra parte, el animal aceptaba la inmanencia que le sumergía sin protestas aparentes, mientras que el hombre, en el sentimiento de lo sagrado, experimenta una especie de horror impQtente. Este horror es ambiguo. Sin duda ninguna, lo que es sagrado atrae y posee un valor incomparable, pero en el mismo momento eso aparece vertiginosamente peligroso para este mundo claro y profano donde la humanidad sitúa su dominio privilegiado.

Georges Bataille
"Teoría de la Religión".

15 enero 2010

Reunión

La última vez que vi a mi padre fue en la Estación Gran Central. Yo iba de la casa de mi abuela, en los Adirondack, a un cottage en el Cabo alquilado por mi madre, y escribí a mi padre que estaría en Nueva York, entre dos trenes, durante una hora y media, y le pregunté si podíamos almorzar juntos. Su secretaria me escribió diciendo que él se encontraría conmigo a mediodía frente al mostrador de información, y a las doce en punto lo vi venir entre la gente. Para mí era un desconocido –mi madre se había divorciado de él hace tres años y desde entonces no lo había visto- pero apenas lo vi sentí que era mi padre, un ser de mi propia sangre, mi futuro y mi condenación. Supe que cuando creciera me parecería a él; tendría que planear mis campañas ateniéndome a sus limitaciones. Era un hombre alto y apuesto, y me complació enormemente volver a verlo. Me palmeó la espalda y estrechó mi mano.
-Hola, Charlie –dijo-. Hola, hijo. Me agradaría llevarte a mi club, pero está en la calle 60, y si tienes que tomar el tren será mejor que comamos aquí. – Me pasó el brazo sobre los hombros, y yo olí a mi padre del mismo modo que mi madre huele una rosa. Era una intensa mezcla de whisky, loción de afeitar, pomada de zapatos, lanas y el olor de un varón maduro. Abrigué la esperanza de que alguien nos viera juntos. Deseé que pudiéramos fotografiarnos. Quería conservar un recuerdo de nuestra reunión.
Salimos de la estación y entramos por una calle lateral, y entramos en un restaurante. Aún era temprano, y el local estaba vacío. El barman estaba disputando con un repartidor, y al lado de la puerta de la cocina había un camarero muy viejo con una chaqueta roja. Nos sentamos, y mi padre llamó en alta voz al camarero.
-Kellner! –gritó-. Garçon! Cameriere! ¡Usted! –En el restaurante vacío su estridencia parecía fuera de lugar. -¡Alguien que pueda atendernos! –gritó-. Chop-chop. –Después, batió palmas. Así atrajo la atención del camarero, que arrastrando los pies se acercó a nuestra mesa.
-¿Usted golpeó las manos para llamarme? –preguntó.
-Cálmese, cálmese, Sommelier –dijo mi padre-. Si no es demasiado pedirle... si no significa imponerle una obligación excesiva, desearíamos un par de Gibson.
-No me gusta que me llamen golpeando las manos –dijo el camarero.
-Tendría que haber traído mi silbato –dijo mi padre-. Tengo un silbato que es audible sólo para los camareros viejos. Bien, prepare su anotador y su lapicito y vea si puede escribirlo bien: Dos Gibson. Repita conmigo: Dos Gibson.
-Será mejor que vaya a otro lugar –dijo en voz baja el camarero.
-Ésa –dijo mi padre- es una de las sugerencias más brillantes que he oído jamás. Vamos, Charlie, salgamos de esta covacha.
Salí del restaurante con mi padre y entramos en otro. Esta vez no se mostró tan ruidoso. Llegaron las bebidas, y me interrogó acerca de la temporada del campeonato de béisbol. Después, golpeó con el cuchillo el borde de la copa vacía y de nuevo empezó a gritar.
-Garçon! Kellner! Cameriere! ¡Usted! Puede molestarse en traernos dos más de lo mismo.
-¿Qué edad tiene el muchacho? – preguntó el camarero.
-Eso –dijo mi padre- qué mierda le importa.
-Lo siento, señor –dijo el camarero- pero no serviré otra bebida al muchacho.
-Bien, tengo algo que decirle –dijo mi padre-. Tengo algo muy interesante que decirle. Ocurre que no es el único restaurante en Nueva York. Abrieron otro en la esquina. Vamos, Charlie.
Pagó la cuenta y salimos de ese restaurante y entramos en otro. Aquí, los camareros tenían chaquetas rosadas, como cazadores, y de las paredes colgaban diferentes arreos. Nos sentamos, y mi padre empezó a gritar otra vez.
-¡Perrero mayor! Iujuuú y todo eso. Queremos beber algo para el estribo. A saber, dos Bibson.
-¿Dos Bibson? –preguntó el camarero, sonriendo.
-Maldito sea, sabe muy bien lo que deseo –dijo irritado mi padre-. Quiero dos Gibson, y de prisa. Las cosas han cambiado en la vieja y alegre Inglaterra. Así me dice mi amigo el duque. Veamos qué puede darnos Inglaterra cuando pedimos un coctel.
-No estamos en Inglaterra –dijo el camarero.
-No discuta conmigo –replicó mi padre-. Haga lo que le ordenan.
-Pensé que tal vez desearía saber dónde está –dijo el camarero.
-Si hay algo que no puedo tolerar –dijo mi padre-, es a los criados insolentes. Vamos, Charlie.
El cuarto lugar era italiano.
-Buon giorno –dijo mi padre-. Per favore, possiamo avere due cocktail americani, forti, forti. Molto gin, poco vermut.
-No entiendo italiano –dijo el camarero.
-Oh, vamos –dijo mi padre-. Entiende italiano, y claro que lo entiende. Vogliamo due cocktail americani. Subito.
El camarero se retiró y habló con su jefe, que se acercó a nuestra mesa y dijo:
-Lo siento, señor, pero esta mesa está reservada.
-Muy bien –dijo mi padre-. Denos otra mesa.
-Todas las mesas están reservadas –dijo el jefe de camareros.
-Entiendo –dijo mi padre-. No desean servirnos. ¿Es así? Bien, váyase a la mierda. Vada all´inferno. Vamos, Charlie.
-Tengo que tomar mi tren –dije.
-Lo siento, hijito –dijo mi padre-. Lo siento muchísimo. –Me pasó el brazo sobre los hombros y me apretó contra su cuerpo. –Te acompañaré a la estación. Si hubiéramos tenido tiempo de ir a mi club.
-Está bien, papá –dije.
-Te compraré un diario –dijo-. Te compraré un diario, para que leas en el tren. Se acercó a un puesto de periódicos y dijo:
-Amable señor, ¿tendría la bondad de hacerme el favor de venderme uno de sus malditos diarios vespertinos, esos que no sirven para nada y cuestan diez centavos? –El empleado se apartó de él y miró fijamente la tapa de una revista. -¿Es mucho pedir, bondadoso señor –dijo mi padre-, es mucho pedir que me venda de esos asquerosos especímenes del periodismo amarillo?
-Tengo que irme, papá –dije-. Es tarde.
-Vamos, espera un momento, hijito –dijo-. Nada más que un segundo. Quiero que este tipo me conteste.
-Adiós, papá –dije, y bajé la escalera y abordé mi tren, y fue la última vez que vi a mi padre.

John Cheever
"La geometría del amor"

Naturaleza quieta